La industria discográfica dependía entonces de la circulación de los soportes físicos -vinilos y casettes- que primeramente se conocían en la gran urbe de Capital Federal (sobre todo los lanzamientos internacionales) y posteriormente se derramaban hacia el interior del país.
Por entonces, Gustavo Porchetto era uno de los engranajes para que esa música circulara. Cursaba sus estudios universitarios en Buenos Aires, lo que le permitía regresar a Concordia con muchas de esas novedades -que marcaban la movida- y vendérsela a un amigo disc jockey.
Esa actividad le permitió hacerse compinche de unos compañeros de la facultad que, a su vez, eran responsables de un boliche que funcionaba en la zona de Recoleta.
A principios del año 1989, estos jóvenes porteños “sacan a la venta todos los equipos de ese boliche: es decir luces, parlantes, equipos, todo”. ¿A quién se lo ofrecen? A Porchetto. Le proponen que abra un boliche en la ciudad entrerriana de la que provenía.
La primera respuesta fue no. Pero sus compañeros insistieron, fueron elásticos con las exigencias monetarias, dieron facilidades de pago y comenzó a germinar la iniciativa.
“Por aquella época, en Concordia había cerrado un boliche llamado Neón, en la esquina de Urdinarrain y San Luis”, recuerda el entrevistado.
Es así que, con el antecedente de que el local ya había sido probado con un emprendimiento similar, buscó al dueño y le ofreció -como garantía- los dos bienes que tenía: un Fíat 128 Super Europa y una pequeña embarcación.
“Fue un piletazo casi sin pensarlo”, analiza hoy a la distancia el propio Gustavo. Los planetas se alinearon y hasta apareció “una combi prestada en la que cargamos todos los equipos”. Viaje sin escalas desde Recoleta hasta Concordia.
La primera idea fue la de un boliche que “no pretendía competirle al Hostal del Río”, que entonces era líder de la noche concordiense, “sino que iba a apuntar a un público de menor edad”. En ese marco “alguien tiró el nombre de Garage, que me gusto y ahí quedó”.
Los Djs iban a ser tres jóvenes que tenían algo de experiencia, por un emprendiendo particular con el que musicalizaban fiestas. Ello eran Gustavo Zaballo, Alfredo Michel y Jorge Schonfeld.
La organización, la promoción y el montaje fueron desde una inexperiencia total, “la difusión de la apertura fue una nota en la FM 2000, que me la hizo Alejandro Vazzoler”, con un móvil de exteriores desde la puerta del boliche, en la noche de ese 28 de septiembre de 1998. La noche en que la cosa explotó. El éxito fue inmediato, de repente eran miles de personas las que cada fin de semana llegaban a entorpecer el tránsito en calle Urdinarrain para poder ingresar a la disco.
“Siempre nos faltaba todo, no estábamos preparado para que vaya tanta gente”, reconoce Gustavo. De repente, el boliche empezó a marcar tendencia. “Hoy en día apretás un botón y juntas 10.000 personas. Pero antes había que remarla con promotores, tarjeteros, las radios y los afiches”, que fueron toda una novedad visual. “El primer diseñador fue Julio Arizmendi”, recuerda Gustavo, apuntando que “siempre tratábamos de hacer algo distinto para convocar todas las semanas”. Garage se mantuvo en la cresta de la ola durante al menos 5 años, pero todo tiene un final y todo termina.
A casi 30 años de aquellas noches, Gustavo Porchetto rememora que “la carga y la tensión de tener que cuidar que todo terminara bien me terminó cansando”. Lo que comenzó con gran regocijo, fue convirtiéndose “en un trabajo muy estresante y empecé a dejar de disfrutarlo”.
La única satisfacción era la de los domingos, ya que el boliche había instrumentado unos matines para un grupo de escuelas de educación especial. Se llamaban “las fiestas de la integración y el boliche se llenaba con estos alumnos de capacidades diferentes”.
Pero la movida nocturna empezó a perder su encanto para Gustavo. A eso se sumó que “llegaron otros boliches, se incrementó la competencia y en el verano no podíamos abrir por las características del lugar”, que era completamente cerrado.
La primera opción que apareció fue alquilarlo a otro grupo de jóvenes concordienses, tal como ocurrió. Pero más tarde abrió sus puertas otro boliche que venía a cambiar todo: Costa Chaval.
“Lo que llegaba era un monstruo”, afirma Gustavo Porchetto, quien incluso trabajo para la disco del barrio ferroviario. En ese marco “vendí todas las cosas del boliche y después me puse una imprenta, no quería nada vinculado con la noche”, dice con una sonrisa.
A pesar que transcurrieron casi tres décadas y que hoy su vida transcurre en la ciudad de Rosario, a Gustavo lo persigue el sello del boliche de Urdinarrain y San Luis. “Todavía me encuentro con gente que cuando se entera que yo era el dueño, me pregunta cuando reabre Garage”.