Jorge Antonio Egel nació cuando comenzaba la primavera del año 1944, aunque en el registro civil fue anotado recién el 12 de Octubre, algo común por entonces.
Los primeros años de su vida trascurrieron en lo que se conocía como barrio “El Palomar”, una porción de ciudad que hoy tiene el nombre institucionalizado de barrio “Cabo Sendrós”.
Con su casa paterna ubicada en las inmediaciones de Villaguay y Güemes, “Fosforito” (apodado así por la desproporción entre su cuerpo y cabeza) recorría esas arterias de tierra que lo llevaban desde el puente “Alvear” hasta la avenida Humberto Primo.
Con dos padres que eran compartidos por otros 10 hermanos, “Fosforito” aprovechaba cualquier descuido para escaparse con sus amigos apodados “Sapito”, “Tachuela”, los Barretos o su hermano Enrique.
Hace 10 años, cuando se consultó a quien fuera su esposa - Lidia Pacífico- la mujer levantaba sus cejas y admitía que “por las cosas que mi suegra me contaba, era tremendo”.
Al ser descendiente de inmigrantes rusoalemanes, los Egel habían transmitido de generación en generación los conocimientos y el amor por la música. Por ese motivo, las reuniones familiares siempre eran animadas al ritmo de guitarreadas y acordeones.
Si bien nunca estudio música, Jorge tenía desde niño un don especial para combinar los sonidos con el tiempo, lo que llevaba a que con solo 9 años de edad su mama tuviera que ir a buscarlo hasta el Bar de Bonda que funcionaba en calle Vélez Sarsfield casi Tala, ya que en ese lugar, “Fosforito” era solicitado por los parroquianos que insistían en que tocase la guitarra una y otra vez.
Jorge “Fosforito” Egel fotografiado con Diego
Armando Maradona a principios de la década del 80,
presuntamente en un hotel de Chile
Eso era una travesura menor si tenemos en cuanta que en otro bar conoció una compañía de músicos gitanos y por tres días no apareció en su casa. Y a pesar de los retos y las palizas, su espíritu de nómade era más fuerte.
La escuela, la música y los amigos
Jorge Egel curso sus estudios primarios en la escuela Nº 17 Diógenes de Urquiza, más conocido como “La Chiobeta”. Allí conoció a “Quito” Castro, quien con el tiempo seria uno de los integrantes del Cítara Trío.
Apoyado en el mostrador de la verdulería que entonces atendía, a Castro se le iluminaba el rostro cuando recordaba que desde los 12 años se juntaba con “Fosforito” para sacarle sonido a las guitarras.
En aquella época era común que en los distintos colegios se organicen distintos tipos de eventos, que eran las ocasiones ideales para demostrar los progresos sobre los instrumentos. Impulsados por una época que se caracterizó por una explosión cultural -sobre todo a través de la música- estos adolescentes/jóvenes se animaron a la conformación de un grupo para salir a recorrer los escenarios que abundan por entonces.
“En esa apoca hacíamos de todo. Por ahí se armaban unas mezcolanzas por que cuando ibas a algunos bailes tenias que tocar pasodobles, pero como nosotros éramos jóvenes… nos tiraba para el rock. Y el sonido que quedaba era realmente extraño, por eso al grupo le pusimos Los Extraños”, rememoraba Castro.
Para que el resto de los actores también sean protagonistas, Castro enumera rostros cómplices que en su mente aparecían: “el loco Chaparro, Pololo, Vera y hasta Ariel Cora, que había venido del Uruguay”. Estos y otros tantos formaban parte de una vida nocturna que la ciudad no volvería a ver. “Había fines de semanas que en Concordia tenias 24 grupos tocando, a veces mas”.
Amigos y bares
A la par de su crecimiento musical, “Fosforito” Egel iba aumentando su abanico de amigos y lo hacia de la manera más directa y abierta que podía encontrar.
Así lo conoció Aníbal “el Oso” Lezcano, quien había llegado a Concordia “acompañando al chamamecero Abelardo Dimota y por una circunstancia del momento nos quedamos en Concordia varados con otro amigo, pero en la lona de verdad, con una mano atrás y otra adelante”, decía levantando el dedo índice.
A pesar de no conocerlos, “Fosforito” los acompaño y los guio por la Concordia de entonces.
“Era un tipo muy bohemio y muy amigo. Yo hasta me quedó a vivir en la casa de él. Me conocía así no más sin embargo me llevó a vivir a su casa….a su casa!”, repite Lezcano, mirándonos con los ojos bien abiertos como para asegurarse que escuchamos y asimilamos lo que nos está diciendo.
“Fosforito nos oriento por las peñas y nos acompaño a tocar a un boliche que entonces funcionaba en la zona del puente Alvear, en la entrada de Concordia”, en alusión a la ya demolida parrilla Santa Rita.
Más allá de su música, la presencia de “Fosforito” Egel era muy apreciada en todos los bares que frecuentaba. El propio Lezcano da fe de esto, narrando lo que sucedió por ejemplo en el bar de Caraballo, un negocio que funcionaba en el Parque Ferre.” Ahí pasábamos muchas horas compartiendo con amigos”, describiendo que “Fosforito compartía su copa con aquellos que no tenían ni una moneda para pagarse algo”.
Los músicos y la masa obrera entonces poblaban los bares, que eran un espacio para disfrutar de un “vermouth”, jugar a las cartas, al billar o simplemente participar de una forma más humana de comunicación.
Lezcano lo aprueba afirmando que “el vino tiene un gusto más lindo en el bar que en la casa…¿sabés porque? por los amigos que te rodean”.
Fosforito en las paredes y las anécdotas
La charla con el Oso Lezcano fue grabada -en el año 2001- donde funcionaba el bar de Jorge Dadino, sobre calle Buenos Aires, frente a la casa central del Banco BERSA.
Allí, como fiscalizando todo lo que se decía, “Fosforito” observaba desde una pared inmortalizado en una fotografía gigante donde posaba abrazado a Diego Maradona, la que fue tomada en un gira que hizo coincidir en Chile al astro del fútbol mundial y a los integrantes del Cítara Trío.
En lugares como esos -como el bar de Dadino- bastaba con decir la palabra mágica “Fosforito” para que todo se detenga…el reloj, las conversaciones y hasta el trapo rejilla que iba y venía sobre el mostrador.
Y entonces las anécdotas aparecían desde todas las bocas, desde todas las mesas, desde todos los vasos. Algunos hablaban del amigo, otros elogiaban al músico, otros al personaje bohemio. Aunque la mayoría combinaban las tres cosas.
“Una noche cuando estábamos en el Club Santa María de Oro, Fosforito me pidió que lo ayudara con una bomba de agua por que quería llenar unas cuantas botellas con distintos niveles de agua” cuenta Lezcano. Con ese fin se dirigieron hasta el fondo de las instalaciones del club, “¿viste que e las cantinas siempre hay botellas en el fondo?”. Cargaron varios envases que fueron apoyados en una tela sobre la mesa del billar.
Con los distintos niveles de agua brindando distintas notas, “Fosforito” improvisó una especie de xilofón con el que interpretó “Pájaro Campana”, una canción clásica del folklore paraguayo. Lezcano cuenta la anécdota, tira todo su cuerpo para atrás y abre los brazos para aseverar: “Era un músico fuera de serie”.
El Cítara Trío posando en una producción fotográfica con el
castillo San Carlos como escenario
El nacimiento del Cítara Trío
Mientras que con Castro, Pompei, Vera y Moreno conformaba “Los Extraños”, Fosforito también integraba paralelamente otras agrupaciones musicales. Algunas de manera circunstancial y otras que tuvieron un tiempo de vida mas prolongado.
Hasta ese entonces, la relación entre la cítara y Fosforito se daba ocasionalmente.
Según algunos testimonios familiares, el instrumento fue reparado para una actuación en “El Barrilito” un boliche que funcionaba frente a la Plaza 25 de Mayo.
Allí habría sido la primera vez que en Concordia se escuchó a Jorge Egel tocando ese viejo instrumento que estuvo tirado durante muchísimos años en un gallinero y por esa falta de cuidado “Fosforito” tuvo que comprar cuerdas de piano para restaurarlo.
Esto había que sumarle que por las características de su construcción, había sonidos que el viejo instrumento no lograba y por ese motivo el mismo Egel le realizó unas reformas que le permitieron un mayor caudal de sonido. Cambio la afinación de un instrumento pensado para el acompañamiento y consiguió sonidos de un instrumento solista. “Era de dos octavas, así que le faltaban cuerdas, pero igual Jorge siempre se las arreglaba para sacarle el sondo que quería”, rememoraba Quito Castro.
En una primera etapa la citara era utilizada únicamente para animar reuniones familiares o para concurrir a algunos sitios especiales.
El “Oso” Lezcano recuerda que Don Prospero Bovino (fundado del emporio Pindapoy) iba a buscarlo regularmente a Egel para que matizara con su instrumento reuniones en la mansión de calle Salto Uruguayo y el río.
Pero el reconocimiento fuera de Concordia no fue inmediato, recién luego de un fallido intento de recorrer el país con la música decidieron aprovechar una invitación a Paraná, para darle otra oportunidad al antiquísimo instrumento.
En la capital de la provincia se inauguraba el majestuoso Hotel Mayorazgo, donde el “Cítara Trío (integrado por Juan “Pocho” Vera en Guitarra, “Quito” Castro en bajo y Jorge “Fosforito” Egel en cítara) compartió escenario con un dúo paranaense llamado “Los Hermanos Cuestas”
Entre el público especialmente invitado había dos artistas que quedaron impactados con la actuación del trío concordiense: eran el pianista Ariel Ramírez y el músico concordiense Horacio Malviccino (conocido como Alain Debray).
Según recuerda Castro, “era el año 1969 y Horacio Malviccino después del show nos dice: el lunes los espero en Buenos Aires”, ya que había quedado sorprendido por la interpretación que Egel lograba sobre la cítara. Lo cual quedó documentado y transparentado en el tercer disco del grupo, donde Malviccino escribiría en la contratapa: “La capacidad de quien ejecuta la Cítara en este trío es realmente asombrosa, y no dudo que ha logrado luego de muchos años, una experiencia de manejo de este raro y antiguo instrumento que deleitara, sin duda, a quienes tengan la experiencia de escucharlo”.
Una vez instalados en Buenos Aires, el trío grabo el primer L.P donde se destacaban las versiones de “Ansiedad”, “El Zorro”, “Puentecito de mi Rio” y “Organito de la tarde”.
Luego de este primer disco, el grupo realiza una gira en Chile ya que el productor del grupo había establecido una estrategia de difusión “en vez de salir desde Buenos Aires, este grupo tiene que desembarcar en Buenos Aires trayendo el éxito en el extranjero”.
Fue así que el año 1973, luego de varias presentaciones en el país trasandino regresaron a la Argentina.
“Cuando volvíamos a Bs. As. No `podíamos creer. Había unos carteles que hablaban del Cítara Trió, como un grupo extranjero fuera de serie que llegaba a Bs As luego de su éxito en Chile”, recordaba Castro.
La estrategia de Malviccino dio resultados y comenzaron a llover contratos para Mar del Plata, para el boliche “Michelangelo” y hasta con la cadena de hoteles Sheraton que los llevo a recorrer varios países de Latinoamérica.
Éxito y ocaso
Con el paso del tiempo hubo novedades en la organización política del país y en la conformación del grupo.
El lugar de Quito Castro fue ocupado por Luis Nanio y la salud de Jorge Egel dio uno de los primeros avisos sobre las consecuencias del consumo excesivo de alcohol.
A pesar de esto, el grupo grabo su segundo disco y siguió con sus presentaciones que lo llevaron a recorrer escenarios nacionales e internacionales.
Por un repertorio donde abundaban versiones de temas clásicos de todas las épocas, el grupo estaba un poco alejado de las ventas masivas de discos, pero con cada presentación acentuaba su alta calificación de espectáculo en vivo, lo que los llevo a compartir carteles con Osvaldo Pugliese, mariano Mores, Cacho Tirao, Tita Merello, Jaime Torres y Roberto Goyeneche.
Mientras esto ocurría, Jorge “Fosforito” Egel alternaba sus actuaciones en Buenos Aires con desembarcos periódicos en los bares que lo acobijaron desde niño en Concordia.
Su esposa recordaba que llegaba desde la Capital Federal e inmediatamente iba a saludar a sus amigos en el bar de Bonda o en lo de Panozzo Senere, que funcionaba en la esquina de calles Las Heras y Villaguay.
Allí Jorge Egel volvía a ser “Fosforito”, aunque a juzgar por los testimonios nunca dejo de serlo.
Vale destacar las historias que cuentan las visitas que recibía Egel en Buenos Aires, cuando sus amigos de barrio descendían de la clase turista del Ferrocarril Urquiza y se iban directamente a “Michelangelo”, donde solo lograban ingresar gracias a la intermediación de “Fosforito”, ya que no cumplían -ni cerca- con los canones de léxico, modales y vestimenta.
Luego de la actuación, tomaban las calles de Buenos Aires para anclar en un bar que había sobre Av. Montes de Oca. Allí “Fosforito” pagaba una vuelta para todos los presentes, no por una demostración de ostentación, sino porque realmente se lo veía feliz por las visitas. “Con sus amigos él no diferenciaba si estaba entrando a un club o un hotel de lujo, para él eran sus amigos”, decía el Oso Lezcano.
En Buenos Aires, Jorge Egel y su familia vivían en un departamento en la zona de Barracas, pero luego de una gira en Centroamérica invirtió el dinero en una casa en Concordia, adquiriendo una propiedad sobre calle Humberto Primo, en inmediaciones del Club Pompeya
Finalmente fue en el año 1983, trabajando en la organización de una gira por Europa, cuando su salud dijo basta.
Las anécdotas le sobreviven y abundan. En los bares ya se escucharon tantas veces que confunden fechas, lugares y hasta quienes las presenciaron.
Todas hablan del amigo entrañable. Del hombre que bregaba por la despenalización social de la borrachera. Del músico que “suplantaba a partes completas de una orquesta, porque era muy exigente”. Que llegaba con una guitarra y decía “escucha esto negro y tocaba un tema de Piazzola y no sabía leer una partitura”.
El bohemio que compartía casa, dinero, ropa, comida…el que incluso compartía hasta sus copas… aunque para su hígado igualmente fueron demasiadas.