Al respecto, Florencia comentó que “me gradué en el año 2013 en la Facultad de Oro Verde”. Actualmente, se encuentra en Barcelona, donde "la empresa para la que estoy trabajando se interesó por mi historia, me invitaron a dar una charla por el Día de la Mujer, la publiqué en mi red y lo vio la gente de la facultad, me invitaron a hacer una nota y se expandió por varios medios”.
Según sus palabras, pasó “todo el 2014 en la Base Marambio”, pero “durante el 2013 estuve haciendo todo el proceso de selección, que fue complicado”, teniendo en cuenta que “la Antártida es un lugar reservado para investigaciones científicas”, en donde “los militares gestionan las bases y las mantienen operativas”.
En el caso de los militares, Florencia precisó que “los contrata el Ministerio de Defensa y, para ellos, la Antártida es un destino”, pero en el caso de “los científicos, los contrata la Cancillería Argentina, entonces yo tuve que hacer todo el proceso por allí” y destacó que “me encontré con el inconveniente de que nunca habían contratado a una mujer para hacer este trabajo, que consistía en pasar un año allí siendo responsable de un laboratorio de ciencia y tenían temor sobre cómo podía irme a mí, siendo mujer”.
Entre los requisitos que tuvo que cumplir previamente a su viaje, recordó que “lo primero que tuve que hacer fue rendir un examen técnico de electrónica, que lo pasé para luego empezar con todas las entrevistas con psicólogos que seleccionaban al personal”. Una vez que fue aceptada, comentó que “yo quería ir a la base del Polo Sur, porque Argentina tiene 6 bases permanentes en la Antártida, pero negociamos ir a Marambio porque es la más cercana al continente y es la más conectada”.
Finalmente, con 25 años, Florencia embarcó su viaje “el 28 de diciembre de 2013” y permaneció en la Base Marambio de Argentina “hasta principios de diciembre del 2014”.
Estadía y convivencia
Para Florencia, vivir en la Antártida “fue como me lo esperaba, no fue ni más ni menos duro” y lo comparó con “la vida”, ya que “había momentos muy lindos, que nunca me los hubiese imaginado de lo insólitos que fueron y después hubo momentos malos, que tampoco me los esperaba”, pero “en términos generales fue una muy buena experiencia”.Asimismo, aseguró que “el frío es lo menos complicado, porque estábamos preparados y nos vestimos con ropa especial” para el clima extremo, sin embargo, reconoció que “lo más complicado fue la convivencia con tanta gente que uno no conoce, estando en un lugar donde no podés irte a pasear o a mirar una película al cine”.
En cuanto a la dotación que la acompañó durante todo el año, indicó que “la gran mayoría era militar y solamente éramos 4 civiles”. Dicho esto, aclaró que “en verano van muchos científicos a Marambio a hacer campañas de verano”, pero “en invierno, desde marzo hasta noviembre, se queda únicamente la dotación fija de 40 personas, de las cuales 36 eran militares y 4 éramos civiles”.
Sobre sus labores, recordó que “en nuestro caso no teníamos muchas obligaciones que los militares sí tenían” dado que “cumplían protocolos”. A pesar de esto, valoró que “cada tanto nosotros nos levantábamos y acompañábamos esto”.
Tareas en el continente blanco
Por otro lado, reconoció que “el trabajo era muy sencillo, excepto que se rompiera algún equipo, porque había equipamiento que hacía mediciones del ozono, había otro que medía los movimientos de la tierra y teníamos muchos dispositivos que estaban todo el tiempo registrando datos con el fin de enviarlos a los diferentes institutos de investigación con los cuales Argentina tenía convenio”.Según sus palabras, el trabajo consistía en “ver que los equipos estén funcionando, recolectar los datos, enviarlos, a veces hacer algún informe, mantener nuestro lugar de trabajo ordenado y, a lo sumo, alguna vez hemos hecho alguna reparación de algo, pero muy específico”.
En su tiempo libre, por otra parte, mencionó que “para entretenerme estudié mucho inglés” y apreció que “me llevaba muy bien con mis compañeros civiles”, con quienes “incluso seguimos charlando y viéndonos” hasta el día de hoy.
Entre otras cosas, también contaban con “las tareas de la base, del alojamiento, días en los que nos tocaba poner la mesa, lavar los platos, lavar la ropa. Tareas específicas que estaban repartidas por departamento” y que, viviendo en un lugar tan inhóspito, muchas veces servían de ocio.
A su vez, dijo que “cada tanto hacíamos fiestas, salíamos a caminar e, incluso, podíamos salir a volar porque teníamos un avión pequeño en la base y había dos pilotos permanentes, que, si bien tenían vuelos con objetivos, cada tanto nosotros nos turnábamos para acompañarlos” y, de esta manera, Florencia pudo conocer “la base Frey de Chile y una base abandonada que se llama Matienzo”, por lo que “era la actividad preferida de todos”.
Consultada sobre el tratamiento de la salud disponible en la base, Florencia aclaró que “allá hay un médico permanente y hay una salita de primeros auxilios, pero era muy precaria”, por lo que “si pasaba algo muy complicado te tenían que trasladar”. Afortunadamente, destacó que “lo bueno de Marambio es que es una base muy conectada, tiene una pista de aterrizaje y los aviones cada tanto van”, entonces “si hay una urgencia pueden entrar”, a diferencia de “la base Belgrano, que está en el Polo Sur, donde dejan a la gente en verano mediante barcos rompehielos y hasta el siguiente verano es casi imposible acceder”.
Motivos
En cuanto a lo que la motivó a encarar esta aventura, Florencia reconoció que “no era algo que me llamaba la atención de chica”, sino que “cuando estaba en segundo o tercer año de la facultad, un compañero comentó que había hecho esta experiencia y a mí me llamó mucho la atención; me quedó dando vueltas y cuando me recibí, pensé que era el momento adecuado para hacerlo”.Pionera
Tras haber cumplido con su período y haber regresado a su vida normal, Florencia se encontró que “mi experiencia abrió la posibilidad de que una mujer fuera a la Antártida” y valoró que “ya se han dado otros casos”, por lo que “rescato que después de lo que pasé yo, de mi proceso, dudas y miedos, hoy quizás son menos y las mujeres que s presentan no tienen que hacer todo el proceso de convencerlos y demostrar que no hay problema”, ya que “la experiencia es dura, pero tanto para hombres como para mujeres”.Finalmente, reflexionó que “hoy en día me siento orgullosa de lo que pude hacer”, ya que “me enseñó a ser más paciente, más tolerante, de darme cuenta de que puedo adaptarme rápidamente a diferentes situaciones, que soy bastante sencilla. Aprendí a valorar un montón de cosas que por ahí no nos damos cuenta, porque cuando estas en una situación así de extrema, valoras los pequeños gustos que hoy nos podemos dar viviendo en sociedad como vivimos, como tomar un té caliente. También aprendí a cuidar los recursos naturales, porque allá teníamos que descongelar hielo con una gran resistencia para bañarnos, para cocinar y para cepillarnos los dientes”.
Por último, Florencia explicó que “hace un año y tres meses estoy en Barcelona, viviendo con mi pareja y actualmente no estoy trabajando en el rubro sanitario, que es lo que yo estudié, pero estoy en una muy buena empresa como responsable comercial de una línea de equipos para la industria y estamos muy contentos, ya que vinimos buscando la experiencia de vivir fuera de Argentina”.