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El teniente coronel Walter Rovira es un hombre de pasos lentos y mirada afable que jamás habló en un reportaje. Y jamás lo hará. Mantiene el silencio fiel y esa es una de sus virtudes. Nadie fuera del Ejército conoce su historia personal. Tampoco hay textos escritos sobre él.

Entrenado originalmente como oficial de Caballería, es especialista en ataques con tanques modernos y vehículos de combate blindados, fue elegido como pilar fundamental de la seguridad presidencial por el círculo íntimo de Alberto Fernández , luego de un minucioso análisis entre decenas de legajos.

Primero, lo seleccionaron al comienzo de la gestión para garantizar el funcionamiento del último y más importante anillo de protección presidencial en la quinta de Olivos. Sin embargo, esta semana – y a través del decreto presidencial 427/2020 – fue designado en el más importante puesto de la seguridad de la Casa Rosada: bajo las órdenes de un coronel, será el encargado de coordinar operativamente todas las actividades militares de protección que giren en torno de Balcarce 50, y también de los viajes que realice el presidente.

La historia entre Rovira y los titulares del Poder Ejecutivo Nacional comenzó hace casi veinte años, cuando el oficial tenía por aquellos días el grado de capitán y revistaba en el Regimiento de Granaderos a Caballo.

Allí, fue jefe de los bravos tiradores del escuadrón Chacabuco, un grupo de militares altamente preparados que viven de forma permanente en la quinta de Olivos y en la Casa de Gobierno. Con el correr del tiempo, sin proponérselo, Walter Rovira se convirtió en el responsable de la seguridad de los expresidentes Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y ahora de Alberto Fernández.

En su entorno cercano, y también calificadas fuentes del Ministerio de Defensa, dijeron a La Nación que unas sencillas frases definen la vida cotidiana de Rovira, “este no es un simple trabajo. Es una vocación. Y por eso se jura defender la bandera hasta perder la vida”.

El teniente coronel elegido para cuidar la seguridad de la Casa Rosada egresó del Colegio Militar de la Nación en 1991 y en 1995 integró uno de los batallones argentinos que viajó a Europa del Este con las tropas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para pacificar la ex Yugoslavia y detener el conflicto armado entre Serbia y Croacia. Después regresó a la Argentina. Amante del estudio, Rovira cumplía su jornada en los cuarteles y luego se iba a cursar.

Con paciencia y amor lo esperaban su esposa Cecilia y sus cuatro hijos, Juan Franco, Juan Fermín, Juan Bautista y Amparo. Con su familia cuidándole la espalda, él consiguió títulos de posgrado en tres universidades diferentes. Mientras tanto, dentro de los cuarteles, recibió la herencia y la guía ideológica de jefes militares republicanos que durante décadas se encargaron de fortalecer las bases, aún sin recursos económicos, del espíritu de las tropas que actualmente asisten a la población en decenas de operativos de protección civil activados por el Ejército.

Entre el personal militar, la misión de Rovira es privilegiada. Debe cuidar a los presidentes. No hay objetivo más importante para la seguridad inmediata del país. Los soldados, oficiales, suboficiales y las tropas especiales que estuvieron bajo sus órdenes en la quinta de Olivos recordaron una frase de Rovira: «Acá se rinde un examen todos los días. Y son exámenes distintos cada semana».

Obviamente, las técnicas militares de custodia presidencial son confidenciales. Intercalan métodos de protección física y electrónica que deben funcionar con eficiencia, sin invadir el descanso o el esparcimiento de los mandatarios. Esto significa que no alcanza con ser un buen soldado para ser un jefe de seguridad, sino que también es necesario contar con visión estratégica. Y con un buen conocimiento de la calle real, de la Argentina profunda.

Llegó poco después de la crisis de 2001 a un cuartel que creó José de San Martín: el Regimiento de Granaderos a Caballo. Y allí recibió su primera misión presidencial. Ha pasado mucho tiempo, pero su sonrisa persiste. La cercanía con el núcleo central del poder argentino no logró transformarlo y sigue siendo un vecino que se queda charlando en la puerta del edificio.

Rovira cuida de sus hijos con la misma fuerza que utiliza para cuidar a los titulares del Poder Ejecutivo. Los cuatro chicos son para él un tesoro que le han permitido seguir en pie. En la mirada de su esposa Cecilia, su compañera de siempre, solo brilla la nobleza silenciosa de una decisión que ambos tomaron juntos, y que aún valoran correcta: dedicar la vida entera a la misión militar. Ahora, en la Casa Rosada.

Fuentes militares consultadas por La Nación confirmaron que la decisión de trasladar a Rovira a Balcarce 50 está fundada estrictamente en la confianza que inspira y en su efectividad operacional. “Fue propuesto para este cargo por personas que están muy cerca, profesional y personalmente, del propio presidente”.