“No se puede dudar que Dios existe después de estar en el mar, de noche, a la deriva”. Eso decía el marino Orlando Borgo muchos años después de navegar 36 horas, perdido en la inmensidad del océano Atlántico, en uno de los dos botes salvavidas que arrojaron desde el vapor Uruguay. Tenía apenas 22 años, era soltero, y formaba parte de la tripulación del malogrado buque mercante de bandera argentina, propiedad de la Compañía Mihanovich Ltda. El navío había zarpado desde Rosario el 26 de abril de 1940 y transportaba 6500 toneladas de trigo, lino y maíz de las firmas agrícolas De Ridder y Nivera. El destino inicial de la carga eran los puertos de Amberes, en Bélgica, y Rotterdam, en Holanda. Pero en el puerto cantábrico de San Vicente, en España, tuvieron noticias de que ambos países habían sido invadidos por las tropas del Tercer Reich. Entonces, por indicación de los directivos de la compañía naviera, el capitán Antonio García cambió de rumbo y puso proa hacia Limerick, una ciudad costera de Irlanda, nación neutral en la Segunda Guerra Mundial. El 27 de mayo de 1940, a 163 millas al oeste del Cabo Villano de la costa gallega, fue interceptado por el submarino alemán U-37, al mando del capitán Vïctor Oehrn.
El “lobo gris” de la Kriegsmarine, que estaba en su quinta misión, era un verdadero depredador de los mares. En sus once campañas, hundió 56 barcos. La que puso al vapor Uruguay en su mira fue la más letal: en el lapso de 25 días, entre el 15 de mayo y el 9 de junio, envió a pique a 11 buques. Botado el 14 de mayo de 1937 en los astilleros de Kiel, su construcción demandó apenas dos meses. Así de veloz se constituyó el arma que tuvo en jaque a los aliados en el Atlántico. Fue parte de la estrategia que llevó adelante el almirante Karl Dönitz luego del principal error de la política exterior británica antes que la locura de Adolf Hitler se revelara en toda su sangrienta magnitud. Luego de firmar el Tratado de Versalles, las naciones triunfantes le prohibieron a Alemania la construcción de submarinos. Había sido el arma más letal. Según el historiador Helmut Kraft, 5.554 buques fueron hundidos por los alemanes en esa contienda. Sin embargo, en 1935 le permitieron al Tercer Reich poner en marcha la fabricación del 35% de los sumergibles que poseía Gran Bretaña. Los submarinos nazis no sólo tenían la última tecnología, sino que después de 1939, cuando invadieron Polonia, rompieron el pacto que habían firmado y comenzaron a fabricarlos en serie. En 1945, luego de su rendición, los barcos caídos a manos de los U-Boats nazis se contaban por miles: 148 navíos de guerra y 2.779 buques mercantes habían sido enviados a pique. El vapor Uruguay, por su parte, había sido construido en Slikkerveer, un puerto noruego, en 1921, donde lo bautizaron Maristo. Ese mismo año, rebautizado Anjer, lo compró la empresa naviera Rotterdamsche Lloyd. En 1926 regresó a Noruega. Allí estuvo hasta 1934, cuento lo adquirió la empresa egipcia Alexandria Navigation Co., que lo renombró como Star of Alexandria. Finalmente, el 12 de marzo de 1936, el directorio de la Compañía Argentina de Navegación Mihanovich Ltda. informó la compra del buque de 109,50 metros de eslora, 15,30 de manga, un calado de 24 pies, una hélice y dos calderas, que podía desarrollar una velocidad de 10,5 nudos y podía llevar hasta 7200 toneladas. Por él pagaron 20 mil libras esterlinas: 10 mil al contado y el resto a lo largo de un año, en cuatro cuotas trimestrales. Y lo aseguraron en 25 mil libras esterlinas. El primer viaje del vapor Uruguay fue hacia el puerto galés de Cardiff, desde donde partió hacia Buenos Aires el 24 de abril de 1936 con sus bodegas cargadas por completo de carbón. Arribó a la Argentina para una fecha patria: el 25 de mayo.
La noche aciaga del Uruguay comenzó a las 20 horas de aquel 27 de mayo. Argentina era un país neutral en medio de la guerra. Como potencia agropecuaria, abastecía con alimentos tanto a la logística de las fuerzas aliadas como a las tropas del Eje. Por eso, eran muchos los cargueros que llevaban nuestra bandera a través del Atlántico. El U-37 se aproximó al vapor argentino. Desde la torreta, un oficial nazi exigió que detuvieran sus máquinas. El capitán García entregó la documentación que acreditaba que el barco pertenecía a una nación neutral y que se dirigía a Limerick. Sin embargo, no fue suficiente. Un grupo de marinos nazis abordaron el buque mercante y comenzaron a revisar la carga. Luego, sin demasiadas explicaciones, le indicó al capitán que le daba 20 minutos a la tripulación para recoger sus pertenencias y abandonar la nave en dos botes. Luego colocaron explosivos en la proa y la popa. Desde las barcazas, los 28 tripulantes del Uruguay -entre los que había 9 españoles, un portugués, un paraguayo y un griego- vieron cómo se iluminaba la noche con las explosiones. La faena fue remataba con disparos del cañón de 1055 mm del que disponía. En minutos, el buque de la compañía Mihanovich se hundió. Fue el primero de tres embarcaciones de bandera nacional que atacaron los submarinos nazis. El 17 de abril de 1942 fue torpedeado el buque tanque Victoria. Y el 22 de junio de ese mismo año, el buque mercante Río Tercero se fue a pique luego del bombardeo del sumergible U-202. En uno de los botes salvavidas se acomodaron el capitán García, el primer oficial Mario Pexo, el segundo oficial Antonio Iglesias, el primer maquinista Domingo Cocurese, el radiotelegrafista Ernesto Imerito, los marineros Manuel Tova, Venancio Zamudio, Fernando Marcote, Anselmo Fernández, José Facal, Tangas Giácomo y los carboneros Ignacio Monzón y Juan Bemuzzio. Desde El Ferrol, Luego de dos días, el 29, fueron hallados por el vapor Elima, que se los entregó al vapor Ramoncín, que los llevó hacia La Coruña. Allí, el capitán García habló con la revista española de marinería Brújula para su edición de julio de 1940, a quien le contó los pormenores del ataque: “El submarino que interceptó nuestro paso era de nacionalidad alemana, no cabe la menor duda. Lo comprueban las insignias de los oficiales en las gorras, el uniforme de los marineros, sus largavistas y las armas que portaban, el idioma alemán que hablaban. Luego de observar las luces proyectadas por el submarino, hice detener el barco y ordené que fuera descendido un bote en el que iban los documentos, con el objeto de probar que se trataba de un barco argentino y, por lo tanto, neutral. El bote volvió trayendo la orden de abandonar la nave. Los marineros del sumergible procedieron entonces a subir a bordo de nuestra nave y a colocar cuatro bombas de tiempo. Por si esto fuera poco, le dispararon seis cañonazos, todo esto fue presenciado por mí y por los tripulantes que se hallaban acomodados en los dos botes salvavidas. Nos balanceamos mucho debido al fuerte oleaje. Vimos el Uruguay que desaparecía tragado por el océano. Nuestros botes continuaron a la deriva y a la noche se separaron uno del otro”.
Del otro bote, que llevaba el número 4, durante varios días no se supo nada. Los diarios de la época sólo consignaron que “no había sido hallado”. Inclusive hoy, en algunas páginas, dan a sus ocupantes por muertos. A bordo iban el tercer oficial, Orlando Marcelo Borgo, el segundo maquinista Antonio De Lorenzo, el tercer maquinista Angel Poliseno, el cuarto maquinista Ernesto Benítez, los cabos fogoneros Pascual Kolic, Juan Carlos Vuzio y Fernando Gil, el fogonero Carmelo Robledo, el limpiador Féliz Uriarte, los marineros José López, Félix Andino, Rogelio Álvarez y Salvador Broccio, el cocinero José Figueiras y el mozo Oscar Domínguez. Sin embargo, el mismo día que encontraron al bote del capitán García, a las ocho de la noche, hallaron al que comandaba el tercer oficial Borgo. Fue un vapor griego, el Anastassia. Lo que sucedió es que, en vez de dirigirse a España, los llevaron a Francia, algo que dilató las noticias de su salvataje. El 23 de julio, cuando Borgo ya estaba camino a Buenos Aires, en una escala en Río de Janeiro, le envió una carta mecanografiada al dueño de la compañía, Luis Dodero. Allí, le narró las peripecias: “Este buque (el Anastassia) nos condujo hacia Brest, donde llegamos el día 31. En este puerto fuimos entregados a las autoridades francesas por el capitán de abordo. La Policía Marítima procedió a identificarnos enviándonos luego a un campo de la Cruz Roja”. Desde el Anastassia, Borgo ya había telegrafiado a los agentes de la Compañía Mihanovich en Londres. Así, el 2 de junio se presentó en el puerto francés un empleado de la empresa naviera. Borgo también lo contó en su misiva a Dodero: “Se nos presentó una persona cuyo nombre no recuerdo, quien nos entregó de parte de la Compañía Mihanovich 50 francos para cada uno de nosotros y 14 pasajes de tercera clase para que nos trasladaremos a Burdeos”. En esa localidad se encontraron con el cónsul argentino, de apellido Del Carril. “Se nos proveyó del vestuario indispensable, ya que estábamos materialmente sin ropa. Además, facilitó 30 francos para cada oficial y 14 francos para cada uno de los tripulantes diariamente, desde el día 4 hasta el 17 de junio para gastos de café con leche y medios de traslado. Para alojamiento la Embajada obtuvo de la Armada Francesa autorización para que nos alojáramos y comiéramos en un cuartel”.
Desde Francia regresaron a bordo del vapor brasileño Poconé. Llegaron a Río de Janeiro el 18 de julio. Los cuatro oficiales se alojaron en el hotel Avenida y el resto lo hizo en el hotel Europa. En Brasil recibieron tickets de primera clase en el barco Affonso Pena y partieron para la Argentina el 24 de ese mes. Marcela Borgo es la hija de Orlando, el tercer oficial del vapor Uruguay: “Mi mamá decía que lo habían hundido dos veces, porque según ella también estaba en el Río Tercero, aunque no tengo pruebas de eso. A mi papá no le gustaba hablar de estas cosas ni que le preguntaran por el hecho. Nunca comentaba nada, se lo guardó. Lo que sé, fue a través de mi mamá. Cuando ella murió años atrás encontramos todos los papeles que mi hijo Tomás te envió. Y ahí están los detalles de qué sucedió en el buque y cómo volvió al país. Mi papá llegó, después, a ser capitán de ultramar. En 1962, ELMA licitó la construcción de un barco y lo ganó un astillero en Yugoslavia. Y lo enviaron a él. Fuimos para allá y vivimos en una ciudad llamada Opatija, cercana a Trieste. Cuando lo estaban por terminar, mamá y yo volvimos a la Argentina, y allá el barco se quemó. Papá tuvo un infarto y ya no pudo navegar. Trabajó en ELMA pero en tareas de escritorio, y cinco años después falleció”.
El hundimiento del vapor Uruguay causó un serio incidente diplomático entre la Argentina y Alemania. Luego de la guerra, y ya prisionero de los aliados, el exembajador alemán en nuestro país, el barón Edmund Von Thermann, reveló que el presidente Roberto Marcelino Ortíz estuvo a punto de romper relaciones con el Eje. Y que no sucedió por gestiones del empresario Antonio Delfino. El 1 de junio, Argentina hizo un reclamo formal. Pero el Tercer Reich nunca respondió por el ataque. Se basaron en la declaración del capitán del U-37, Vïctor Oehrn, quien sostuvo que el navío argentino se había desviado de su derrota original y podría llevar contrabando. Según Oehrn, luego de la decisión de no navegar hacia Amberes, debían haber regresado a Buenos Aires. Alberto Dodero, el dueño de la Compañía Mihanovich, hizo gestiones para cobrar una indemnización. Según las actas de la empresa, que recopila el sitio de historia marítima Histarmar, recibió 145 mil libras esterlinas de la aseguradora británica. También demandó, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, al gobierno alemán por 1.282.604,16 de dólares, “por el valor del barco en el momento del hundimiento en la parte no cubierta por seguros, por lucro cesante y por intereses hasta la fecha”. Como respuesta, recibió una notificación que del Ministerio de Relaciones Exteriores que decía: “sin desconocer el derecho que invoca, toda acción contra el gobierno de Alemania por reparación de los daños y perjuicios resultantes del hundimiento del vapor Uruguay, sólo podrá ser considerada una vez que termine el estado de guerra en que se encuentra esa Nación”.
No fue el único barco de la compañía atacado por los nazis. El buque tanque Victoria, que había partido rumbo a los Estados Unidos con una carga de aceite de lino, fue atacado el 17 de abril de 1942 a 300 millas del cabo Hatteras, en Carolina del Norte, por el submarino alemán U-Q2I, que le acertó dos torpedos. Aunque a diferencia del Uruguay, no lo hundió. Averiado, la Guardia Costera norteamericana lo remolcó y, al cabo de unos años, volvió a navegar bajo la bandera de ese país con el nombre de Culpepper. Tampoco hubo víctimas entre la tripulación. Luego de muchas idas y vueltas, el 9 de mayo de 1946, Dodero dejó asentado en un acta el cobro de la indemnización. En todo concepto, por ambos incidentes recibieron 22.180.574 pesos, a los que debían restar 3.415.435 pesos por los seguros ya cobrados y un 6% de intereses devengados. Era mucho menos de lo que pretendía la compañía naviera.
Hasta el fin de la Segunda Guerra, el submarino U-37 continuó atacando buques mercantes en el océano Atlántico. El 8 de Mayo de 1945, en el marco de la Operación Regenbogen -que establecía la destrucción de los barcos de la Kriegsmarine antes que cayeran en manos enemigas- la propia tripulación del sumergible lo llevó al fiordo de Flensburg, en la frontera con Dinamarca, y lo hundió. Luego del fin de la contienda, lo reflotaron y enviaron a desguace. Como dijo un marino, “lo convirtieron en hojitas de afeitar”.