Pero el sábado 7 de este mes sus planes cambiaron por completo cuando los terroristas de Hamas cruzaron la frontera y empezaron a matar civiles.
Él vive en un kibutz al norte de Israel. Estos son asentamientos en los que se vive de manera colectiva y se comparten los medios de producción y las riquezas. Si bien en su mayoría están formados por personas de religión judía, y así fue su concepción, tienen distintos grados de ortodoxia en sus prácticas y también hay personas laicas. El kibutz en el que vive Yelin tiene salida al mar. “Es un lugar hermoso”, describe.
“Israel le da un lugar a todos los inmigrantes. Yo no veía muchas posibilidades en la Argentina y decidí venir para acá. Cuando uno llega a Israel te reciben con los brazos abiertos y te ayudan en lo económico y también a que te acostumbres a la cultura, el idioma, entre otras cuestiones. Estas ayudas también están ligadas con el ejército, porque para todos los menores de 22 años es obligatorio hacer, al menos, dos años de prácticas militares. Aunque si sos inmigrante, luego podés pedir de no entrar en combate”, explica Yelin.
Además de aprender el idioma, durante el entrenamiento militar aprenden a disparar y a interiorizarse en diversas cuestiones vinculadas al armamento que lleva un soldado. “Te enseñan todo para alguien que no nació teniendo el servicio militar como algo obligatorio, nosotros no estamos acostumbrados, a diferencia de los israelíes. Entonces uno llega y se encuentra con algo muy importante para esta sociedad y hay que ir entendiéndolo de a poco”, sostiene Yelin.
Según describe, los últimos días fueron densos. Si bien en el kibutz se vive en una especie de “burbuja”, Yelin dice que el clima de guerra se siente en las calles, una sensación que él nunca vivió.
“Esta semana fue muy dura, estuve en el kibutz donde todo es más tranquilo y podía salir de casa. Pude entrenar y la zona donde estaba yo no recibió ni una alerta de misil. Pero se siente en la calle el estrés de la guerra, yo soy de Concordia que es absolutamente otro mundo. Aunque esto es algo nuevo también para la gente de acá, porque nunca había pasado una cosa así, es algo muy fuera de lo común que entren terroristas a matar familias”, cuenta Yelin.
Él sabe que hay miles de personas trabajando duro para cuidarlos, por eso, dice que sintió la necesidad de hacer algo más por el país que lo abrazó desde que llegó.
“Tenía ganas de participar en alguna actividad para poder colaborar con los que nos cuidan, ese es un sentimiento que compartíamos todos los chicos que estaban estudiando hebreo conmigo”, detalla Yelin.
Y la oportunidad para sumarse a la enorme cadena de personas que aportan su tiempo y energía para ayudar a los solados llegó antes de lo que esperaba. “Nos convocaron para trabajar a una base militar. Se siente una energía muy positiva. Creía que jamás iba a poder estar nueve horas haciendo lo mismo, en condiciones normales duraría máximo cuatro, pero acá la gente te motiva. Estamos ayudando a los soldados en combate con un sistema fordista. Empacamos comida en una caja, yo solo pongo ketchups durante las horas de mi turno. Esas cajas tienen comida para cuatro días. Luego esas cajas salen de la base y se distribuyen. Muchos les dejan mensajes de aliento y les envían cartas; es emocionante”, describe Yelin.
Cuando comenzaron los vuelos humanitarios del gobierno argentino, los padres de Yelin, como también le sucedió a otros compañeros, lo llamaron para consultarle si pensaba regresar, pero lejos está de hacerlo.
“Un sentimiento que es compartido con todos los argentinos que estamos acá es que cuando nuestros padres nos hablaron del vuelo humanitario, todos quisimos quedarnos en Israel. El amor por este país es muy grande. Con Israel no hay ambivalencias, la gente se queda acá aunque haya guerra o crisis. Este es el único estado judío y hay que defenderlo. Yo no me quiero volver aunque haya guerra. Es duro, pero es una realidad”, concluye Yelin.