Publicado en el sitio valorlocal.com.ar

La falta de identificación entre representantes y representados conspira contra un modelo democrático basado en la representación, sobre todo cuando de movimientos políticos basados en la defensa de intereses populares se trata.

Los dirigentes no se parecen a sus dirigidos. Casi en nada. Mientras que una fracción cada vez más importante de la sociedad lucha para sobrevivir a diario, tratando de conseguir el pan, la agenda pública de las distintas representaciones gubernamentales pasa por otro temas.

Hace rato que la política en la provincia trata de no hacer ruido, de no hacer olas. Entonces los asuntos públicos se mantienen en zonas de comfort, donde haya coincidencia casi plena y mínima discrepancia.

Las temáticas de género ocupan gran parte de este lugar común donde abreva la clase política para mostrarse activa. Por supuesto que son necesarias, pero no son suficientes.

La libertad para construir modelos de derechos que se asemejen a los escandinavos requiere previamente una libertad de problemas materiales básicos como la alimentación, la vestimenta, la educación y la salud. Es imposible sostener un sistema noruego o sueco con una economía del África subsahariana. Es inviable enunciar derechos con el estómago vacío.

¿Desconoce esto la clase política? Seguramente no. Lo que está claro, sobre todo para las fuerzas que aspiran a un representación de los sectores marginados de la sociedad, es que no tienen las herramientas para transformar la realidad. Y tampoco sobran cualidades y virtudes individuales.

Entonces, y bajo la premisa de que la política es el arte de lo posible, avanzan en hilera por el estrecho sendero que queda.

Como los viejos agentes de tránsito o las comisarías en los primeros años de la democracia, salen cada tanto a hacer estadística. No levantan al voleo infracciones a conductores desprevenidos ni atrapan a los sospechosos de siempre para que llenen por un rato los calabozos.

Se trata de hacer una declaración de ciudadanía ilustre, un convenio intergubernamental de articulación, una reunión del funcionariado, una gestión en Capital, una acción mancomunada con otro ente, un zoom vaya a saber con quién…

Todo suma para engrosar el balance de gestión y agregar posteos a redes sociales. Mientras, la realidad está allí. Imperturbable ¿Su cara más dura? El precio del litro de leche ya roza los $ 100.

El lado y la mecha
Juntos por el Cambio y los partidos identificados como “libertarios” se acomodaron para disputar el rango de población de clase media/alta a alta, tanto sea en función de ingresos y consumos reales como a los que se considera aspiracionales (no les da, pero quisieran).

Ese agrupamiento se forjó, en mayor parte, por decantación. Es que los otros sectores sociales suelen aglutinarse en el peronismo y los frentes electorales que encabeza (como el actual Frente de Todos). Desde mediados del siglo XX la identificación entre conquistas populares y justicialismo, a excepción de la década menemista, es marcada.

Se entiende entonces que los dos conglomerados políticos mayoritarios representen intereses distintos. En términos del politólogo Alejandro Horowicz, Juntos por el Cambio sería un partido de estado en tanto representa los intereses de las clases dominantes y el Frente de Todos, un partido de gobierno, dado que se asienta sobre el arco de clases populares.

Desde la derrota del justicialismo en 2015 ante Mauricio Macri, el candidato imposible por lo que representaba para los sectores progres bienpensantes, el partido de gobierno entró en una crisis de identidad la que apenas comenzó a salir a partir de la victoria electoral de 2019.

Contribuye a esta desorientación el ingreso a ámbitos de decisión gubernamental de una generación sub – 50 que no llegó al peronismo por las cuatro vías que describió Eva Perón. La abanderada de los humildes sostenía que era peronista “por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo”.

Esta generación de dirigentes justicialistas llegó adonde está, en mayor grado, por ser segunda o tercera generación. Sus padres, madres, abuelos fueron dirigentes o referentes del peronismo del siglo pasado y sus apellidos están atados a la identidad peronista. Sin embargo, vivieron una realidad distinta a la de sus predecesores que debieron soportar penurias, persecución y cárcel por su elección política. Con ellos llegan también al Estado sus vínculos personales.

Fueron educados en escuelas privadas donde a su vez envían a sus hijos, pasaban tardes y fines de semana libres en los mismos clubes y espacios que las familias que aportan la dirigencia de JxC y están vinculados con ellos por relaciones de amistad, profesión e incluso ataduras conyugales. También coinciden en pautas de consumo y en gustos culturales. Son el peronismo sushi.

Hambre, pobreza, marginación son conceptos que conocen pero que no vivenciaron. Entonces, como funcionarios, es algo que los ocupa solo en horarios de oficina. Los más sensibles pueden desarrollar el sentimiento de moda: la empatía. Pero nada más.

Su agenda pública está alejada de las necesidades concretas, diarias de sus votantes. Hablan más de lo que escuchan. Y lo que dicen no tiene correlación con los reclamos y peticiones de su base social. Entonces no hay diálogo social.
Distancia
Alejados del cara a cara, separados de los barrios y vecinos que antes golpeaban las puertas de sus padres, madres y abuelos para pedir para un remedio o un alimento, están convencidos que el éxito de sus carreras política pasa por la reputación en redes sociales. Y a este fin dedican gran parte de sus preocupaciones.

Alguien debería indicarles que están malgastando presupuesto público y propio por la ventana. Ningún integrante de la dirigencia provincial llega con sus seguidores a tres puntos electorales.

Sin embargo, muchas veces se utilizan cuentas de Twitter (una red con desarrollo en Buenos Aires pero raquítica en la provincia) o Facebook para hacer anuncios ¿En qué receptor se piensa cuando se opta por esta vía? ¿Cuál es el impacto real, más allá de los escuálidos “me gusta” que agrega su círculo íntimo o el resto del microclima de Casa de Gobierno?

Nótese la diferencia con el apotegma de Juan Perón, que en la época de la radio a transistores ya sabía que debía hablar tan claro y tan fuerte como para que lo escuche y lo entienda quien está en el último lugar del salón. Si esa persona comprendía, entonces todas las demás también lo habían hecho. La comunicación no subsume la política, pero su manejo habla de la estatura dirigencial que se tiene.

Los dirigentes no se parecen a quienes aspiran a conducir. No pueden, por tanto, interpretar y satisfacer sus necesidades. Se produce entonces un quiebre en la relación: el votante no se refleja en el candidato. El vínculo de identidad individual no se traduce en construcción colectiva, se desvanece y el voto queda en indeciso.

Si a esto se suma que los tiempos han llevado a un alejamiento del voto por pertenencia política y por filiación partidaria para ir hacia un voto-a-la-persona, la solidez y seriedad de un proyecto político se deterioran seriamente.

Los sectores acomodados votan todos los días a través del mercado. Quienes requieren del Estado, de la política, son los sectores populares, como afirmó Lula.

De allí que los topes individuales del peronismo sushi son una limitación general para el proyecto político donde actúan.