Castillo de San Carlos EN VUELO Diario RÃío Uruguay
Un caluroso día de fines de 1929, un pequeño avión zarandeado por el viento tuvo que aterrizar de emergencia en un claro de lo que hoy es el Club de Polo Donovan, a orillas del río Uruguay.

Mientras evaluaba el daño (una de las ruedas se había incrustado en una vizcachera) el piloto oyó risas sofocadas y unas voces joviales que hablaban en francés.

Se alejó unos pasos del vehículo averiado y vio dos cabecitas rubias asomando entre la vegetación. Eran las hijas de los Fuchs Valon, Suzanne y Edda, de 12 y 18 años. El solitario aviador, que respondía al nombre de Antoine Jean Baptiste Marie Roger, conde de Saint-Exupéry, había cumplido 29 en junio.

Así comenzó una amistad que, para muchos, dio origen al quinto libro más vendido del mundo, El principito.

Las adolescentes –que tenían como mascotas una iguana, una mangosta, un mono, un zorro y varias serpientes– le enseñaron al aviador nuevas maneras de comunicarse con los animales. En cierto sentido, Saint-Exupéry revivió con Edda y Suzanne las aventuras de su infancia en Saint Maurice de Rémens, cuando inventaba obras de teatro con sus hermanos y se hacía llamar “Rey Sol”.

Elsa Aparicio de Pico, traductora de francés que hacia 1953 trabó una discreta amistad con Suzanne Fuchs Valon, fue una de las primeras en vincular a las hermanas con el autor de El principito. Respondiendo a sus preguntas, Suzanne reveló que Saint-Exupéry “todo el tiempo sacaba fotos y tomaba notas en un pequeño carnet del que nunca se separaba”. ¿Notas que inspirarían Le Petit Prince, libro que publicaría recién en 1943, un año antes de su muerte?, se preguntaba un artículo del diario La Nación, en el año 2019.
Un reino mágico
Quizás el testimonio más potente para vincular a las hermanas Fuchs Valon con la génesis de El principito provenga del propio Saint-Exupéry. Ya en 1932 las había retratado para la revista parisina Marianne en “Las princesitas argentinas”, artículo donde relata su encuentro con dos chicas que vivían en un castillo y hablaban con los zorros mientras su madre regaba los rosales que ella misma había plantado.

En 1939, en el capítulo “Oasis” de su novela Tierra de hombres, escribe: “Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas. Fue cerca de Concordia, en Argentina. [...]Tenían un hurón, un zorro, un mono y abejas. Todos vivían entremezclados, se entendían de maravillas, componían un nuevo paraíso terrestre. Ellas reinaban sobre todos los animales de la creación, los encantaban con sus manos, les contaban historias que, desde el hurón hasta las abejas, todos escuchaban”. Y hacia el final se pregunta, habiendo transcurrido casi diez años desde aquel encuentro: “Todo parece tan lejano. ¿Qué habrá sido de las dos hadas? ¿Qué se ha hecho de sus relaciones con las hierbas locas y las serpientes?”

Hay muchas similitudes y aires de familia entre el vínculo que las Fuchs Valon tenían con los animales y con el cosmos y ese pequeño príncipe llegado de otro planeta que el aviador encuentra en medio del desierto. La voz de Saint-Exupéry parece confirmarlo en unas grabaciones realizadas en 1941 en su casa de Nueva York, destinadas al cineasta Jean Renoir para una película que nunca se filmó, donde recuerda su fascinación por las “salvajes” de Concordia.